Amarrando lenguaje

¿qué hacer con lo incontenible, lo ingobernable, lo infinito? Lo incaracterizable o quizás más simple, “lo impensable”, lo “allende a la filosofía” en palabras de Deleuze, más allá de los límites de la filosofía, donde aún no es posible ni siquiera explorar, la mayor parte de la veces, por miedo. El lenguaje de la filosofía (occidental) lo mueve el miedo a la finitud, ello lo mueve a buscar una salida hacia el infinito, la base de toda ontología no es más que comenzar a hablar del miedo de la filosofía: ‘lo impensable’, la finitud del pensamiento, la reflexión, la comprensión, ‘el mundo’, más allá de los límites del pensamiento… Imagino cosas mientras me concentro en un concepto es quizá lo más cercano a un método que tengo para escribir de esto y no sé si llamarlo filosofía, da miedo el solo hecho de escribirlo bajo el rótulo de filosófico… y sin embargo asumo que, algo de ello habla a través de mí o quizá soy yo quien la “hace sonar”, como los Inuit, donde «las palabras no “salen” de la garganta (ni de la “mente” “en” la cabeza): se forman en la articulación de la boca. (…) el habla no es un medio de comunicación, sino la comunicación misma ―hasta el silencio―, la exposición (semejante a este modo de canto de los Esquimales Inuits, que hacen resonar sus gritos en la boca abierta de un compañero). La boca hablante no transmite, no informa, no opera un vínculo; ella es ―quizás, aunque en el límite, como en el beso― el pulso de un lugar singular contra otros lugares singulares: “Hablo, y al punto estoy ―el ser en mí mismo está― fuera de mí como en mí mismo”.» (Jean Luc-Nancy. La comunidad inoperante.)

“Hablo, y al punto estoy fuera de mí como en mí mismo”, escribió Walter Benjamin, la dislocación del habla; y me pregunto por esta necesidad de hablar que abunda en palabras. ¡He llegado a vivenciarme en el sin sentido de palabras y deleitarme sólo en cómo el sonido retumba en mi boca; pierdo el rumbo de lo que hablo, de lo que pienso e incluso de lo que está pasando; un éxtasis de la boca, abundancia y necesidad que mana, al grado de “perderme en la palabra”, como si quedara fuera de mí, y en este extravío sueno como a mí mismo: un narcicismo del habla!

Ciencia ficción

[La palabra: metáfora de la intersección (condensación), la sinapsis que transfiere algo de sí en un punto preciso, donde el sentido se crea en el sin sentido. La condensación, transferencia semántica: la metáfora se produce en la insuficiencia de sentido; gira en torno a la falta de un significado original, el ‘no-saber’ (Bataille) de la metáfora, no le lleva a la sustitución de un objeto por otro, sino que más bien ‘sitúa’ un objeto en lugar de la falta, el origen del deseo señalará Lacan. Y sin embargo, el objeto es insuficiente para condensar la falta; la falta es inabordable, infinita, el objeto es finito y en su finitud contrae la falta al objeto, o mejor, la ‘falta contrae objetalidad’ (desplazando sólo parcialmente al objeto a su límite cualitativo: el afecto); la falta no es del objeto ni de la relación con la metáfora, sino que por el exceso de sin sentido: la ausencia de la palabra, la transferencia vacía, el significante que no llega, la objetalidad sin objeto (deseo), lenguaje sin metáforas: la “pulsión contrae afectividad”, quizá del mismo modo en que el “existente contrae existencia” como lo planteara Levinas.]

«No todas las cosas son tan aptas para ser captadas y dichas como por lo general se nos querría hacer creer: la mayoría de los acontecimientos son indecibles, se producen en un espacio al que nunca ha llegado una palabra.» (Raine María Rilke)

En el verano de 1964, John Coltrane subió a un pequeño cuarto del segundo piso de su casa en Nueva York. Estuvo allí durante cinco jornadas después de un año donde el trabajo y la situación reinante en Estado Unidos de la época presionaban hasta el cansancio.

Mientras, Alice ―su mujer― estaba atendiendo a Michelle (hija de su primer matrimonio) y a John (aún bebe); sintió que alguien bajaba por las escaleras. Cuando Alice vio a John, se percató que el conflicto de sus pensamientos había desaparecido, la serenidad le envolvía en una infinita alegría: “Era como Moisés bajando de la montaña, fue tan bonito. Bajó y tenía esa alegría, esa paz en el rostro, tranquilidad. De manera que le dije: «Explícamelo todo, no te hemos visto en cuatro o cinco días...». Él dijo: «Ésta es la primera vez que me ha llegado toda la música que quiero grabar, en una suite. Ésta es la primera vez que lo tengo todo, todo listo».

Para el ‘mundo de la música’, y hasta quizá para el propio Coltrane, la suite “A love suprime”, constituyó un acontecimiento donde el sentido, su sonido y vibración, se invistió de tal intensidad, que el ‘sin sentido y el ruido’, se contrajeron en la vibración como un estremecimiento.

Grabado el 9 de diciembre de 1964, y del cual sólo existe una grabación en vivo, que se realizó al día siguiente, “A love suprime” será un “acontecimiento estremecedor”, en el entramado histórico del momento: El año anterior moría asesinado J.F. Kennedy y el presidente Lindon B. Johnson intentaba hacerse cargo de la crisis política y de seguridad nacional, junto al ‘problema cubano’ comenzaban las escaramuzas en Vietnam. Malcom X aún oraba en las reuniones nocturnas. Los ‘Panteras Negras’ y los movimientos por los derechos civiles, estaban en toda su contingencia social: Harlem, y algunos sectores de Nueva York y Nueva Jersey se producían duros enfrentamientos entre los organismos de Estado y la población de color. ‘The Beathles’ causaban furor en la juventud estadounidense. Bob Dylan había lanzado su tercer álbum “The times they are a-changin” (los tiempos están cambiando).

En medio de todo este paisaje, cuenta su esposa Alice Coltrane, John “se pasaba las horas meditando sobre la música que oía en su interior” y en una noche la grabó, lo acompañaban el pianista McCoy Tyner, el bajista Jimmy Garrison y el baterista Elvin Jones.

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